Mis relatos y cuentos

Cautela

Y cuando tu mano tibia y tormentosamente suave, tocaba la mia que arropaba con cautela a la fría botella vestida de novia, obligándole prontamente a sudar sus cenizas blancas y humeantes, mi mirada que quería descaradamente mirar tus ojos, contó hasta tres (el tiempo sabio al fin, enmudeció y detuvo la máquina que le marcaba el paso), el silencio sacó la última carta que ocultaba debajo de la manga. En esas infinitas milésimas de segundo que por suerte parecieron eternas, solo se le escapó al silencio la agonía sigilosa y casi callada del lateral izquierdo de mi pecho.

Ramón J. Olio Guzmán
26 diciembre 2013

Ineludiblemente

El día recién comenzaba, el cielo aún oscurecido por la noche de parranda solitaria, comenzaba a clarear al final de la calle y el sol se abría paso entre las montañas de resabios inconclusos, entre las rancias ramas de el olvido. Al otro lado de la calle, la luna difusa se escurría silenciosa y cansada: la noche, la de anoche, pareció eterna y el cansancio se había esparcido por doquier, las botellas color ámbar o verde oscura se apilaban sorprendidas, aletargando el despertar, el bostezo callaba el reloj despertador de los recuerdos innecesarios.

El sonido de algunos autos empezaba a conquistar el espacio y las manos húmedas dejaban caer a su antojo el agua que prontamente se esparcía en las verdes hojas de la inagotable esperanza, que a veces la atrapaban en círculos perfectos, húmedos y cristalinos; el contundente sonido del periódico al caer en la escalera de el tiempo terminó por desprender los pensamientos que me guiaban a ti, los recuerdos que aún quedaban  sentados, pasmados y con sus manos abiertas de par en par, atrapando sus rostros alargados que me atormentaban algunas  veces, sobre todo cuando te acercabas sigilosa pero segura a los mares, los océanos de las añoranzas, con esos tus ojos negros (como la noche de anoche), que temprano en esta mañana los vi dibujarse en las primeras nubes salpicadas por la luz, tenue aún, del sol madrugador.

Las luces de la calle se habían apagado, algunas, cuando nuevamente pude deslizar mis manos trémulas sobre el surco de tu espalda que no estaba, sentir el latir de tu corazón sincronizándose con el mío, cerrar los ojos y solamente querer escuchar nuevamente tu pecho y de vez en cuando tu voz entrecortada. La abstracta felicidad, como el agua escurridiza, se escapaba sin piedad de las manos, dejando a su paso, los inquietantes recuerdos que se van colocando en los rincones solitarios por donde siempre paso a recogerlos, ineludiblemente. 

Cuando la luna terminó de escaparse de la iluminada mañana, detrás del viejo edificio abandonado y los sonidos estridentes de las gentes y los autos se tropezaban en el aire seco del otoño creí escuchar tu voz, tenue, aterciopelada, susurrando mi nombre que se iba trepando a su antojo, por las ramas teñidas de verdor y salpicadas de vez en cuando por el rojo penetrante de la flor de la amapola; cerré mis ojos tratando de separar los sonidos y poder atrapar tu voz: el recuerdo que tenía de ella. Era imperfecto, pero servía para sufrir tu ausencia.

La vida, confusa y sorpresiva, siempre sorpresiva, te va llenando la mente de retazos del pasado que nunca se olvidan, presentándote el día para el que nunca estás preparado en milésimas de segundo donde, siempre algunos falsos rostros se descubren, donde siempre las respuestas a las preguntas que nunca te habías hecho llegan taciturnas y tristes, dejándote pensativo y curioso: y mañana, como será mañana?.

Y cuando seguro, crees estar a punto de atrapar los secretos ocultos del inalcanzable futuro, te precipitas en los desfiladeros  de el presente tenso, del que no puedes escurrirte como el agua, si no afrontarlo con prontitud pero sin prisa: sonriendo cuando sientas ganas pero sin miedo a lastimar si es la opción que más conviene; al fin y al cabo los buenos ratos duran menos que el polvo en las calzadas vacías y azotadas por el viento de las despedidas; menos, mucho menos que el polvo de nuestros cuerpos, cuando ineludiblemente se aparte de nosotros.

Ramón J. Olio Guzmán
23 octubre 2013


mt11.28-30

 Cuando se produjo el primer deslave fue estruendoso  no parecía real, el segundo, ensordecedor, y todas las partículas de  polvo comenzaron a levantarse impacientes y desordenadas, cubriéndome con su sucia blancura, por completo, hasta los pelos!.

La soledad (siempre mejor que las malas compañías: los avaros, los enfermos de profesión, los pusilánimes, los cristianos sociales, los comunistas de salón, los kamikazes asustados) había vuelto, sin llamarla como era su extraña costumbre, pero esta vez el silencio no había sido su cómplice, no..... esta vez vino echando  voces por todas las esquinas de mi interior, tirando al suelo los muros de la felicidad que me protegían de la nostalgia  de los recuerdos melancólicos, de las lágrimas que solo podían ser secadas con las suaves ráfagas de vientos nocturnos; veía esos muros que tantos sin sabores me costaron, desplomándose como página manuscrita sin importancia, sin resistencia. A mi espalda, se dejaba escuchar la sonreída libertad, la que tanto anhelaba, la inalcanzable  por quien tanto luché apartando de mi todos los residuos que me ataban a algo, a alguien. La libertad caprichosa se empeñaba en borrar los caminos que pudieran conducirme a ella, cerrando las puertas y ventanas por donde escapar de la asfixiante soledad.

Cuando el vespertino calor comenzaba a deslizarse por mi cuerpo, humedeciendo la camisa  de la reminiscencia  el aparatoso sol, imperturbable y persistente, manchaba de extenuante luz las últimas reliquias del tiempo, transformándolas en tristezas húmedas y silenciosas. El cansancio se iba acomodando en mi, el cansancio por alcanzar la libertad y no tenerla, por saborear su dulce veneno, por embriagarme por primera vez de su  licor, de su atormentadora droga.

Ahora solo me quedaba abrazar la soledad, caminando lenta y cabizbaja  como era su maldita forma de hacer las cosas. A veces trataba de tomarme de la mano, como si me quisiera, guiar mis pasos hacia los precipicios infinitos de su perturbable compañía. Yo miraba las nubes, dóciles  mansas y me acordaba de ti, de tus siempre sabias palabras, cuanta paz cubría mi entorno, cuanta paz alcanzaban mis manos agotadas, cuantas libertades ocultas se descubrían, cuantas apretones de manos me alejaban de las soledades:

mt 11.28 Vengan a mí los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso.
29 Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas.
30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Ramón J. Olio Guzmán

La luz Infinita
 
 

Los pesarosos brazos de Morfeo acorralaban completamente el cuerpo cansado, el espíritu rendido, en un día sofocante que terminaba con los rayos de sol desplomándose impacientes detrás de los edificios cuadrados y grises , de los árboles redondos llenos de verdor.
La ternura y suavidad de sus manos rozando la frente hacía más fácil rendirse al sueño.
Cuando el silencio trataba maliciosamente de adueñarse del entorno, impregnando de paz el aparente espacio limitado, se escuchó el cerrojo de la puerta balbuceando en el aire fresco del atardecer, cortando a su antojo la muda quietud, destruyendo la paz finita.
La luz ficticia de la habitación se apostó inquietante sobre el frío y metálico filo del enorme puñal; una mirada soberbia  un rostro desfigurado por la ambición, unas manos tensas y firmes que acorralaban con maldad el arma blanca levantándola y clavándola luego en el pecho inadvertido.
La sensación abrumadora de aquel fatídico atardecer trataba de esconderse detrás del dolor inmenso del momento y el inevitable grito de dolor solo pudo ocultarse en los desgarrantes gritos de la desesperanza. Era inminente la muerte.
Cuando el cortante frio iba abriéndose paso por la piel y la carne del cuerpo caliente, los segundos mas lentos jamás vividos hasta entonces, comenzaron inexorablemente a transcurrir. El hundimiento fulminante del cuerpo extraño, una y otra vez, fue extrayendo sin mesura, el líquido de la vida que saturaba y salpicaba de rojo la camisa verde claro recién planchada, con una premura espantosa. Su calor y penetrante olor se fueron acomodando sobre las sábanas blancas, deslizándose sobre la piel aun caliente, mientras se desprendía a chorros la escurridiza vida. El espacio interior del lastimado cuerpo se hacia cada vez más grande e innecesario.
Las décadas de una vida vivida, tuvieron en esos últimos segundos tiempo más que suficiente para ser recorrida, repasada; hubo tiempo más que suficiente para despedirse de los seres queridos, de los verdaderos seres queridos.
El espacio y el tiempo se hicieron uno, el dolor había desaparecido, las esperanzas de antaño se aglomeraban y acorralaban a la larga lista de tropiezos, de desengaños, de traiciones, cuando la luz infinita comenzó a fluir y la paz se había adueñado del todo.
Ramón J. Olio Guzmán   
9 de marzo 2013


 A Pedirte,,........Una Lágrima
             
Como ocurre a menudo, las palabras se escondían, las veía revolotear presurosas y risueñas sobre la recortada hierva que aún dejaba escapar su encantador olor, que más da!.

El sol abrasador de la mañana fue cediendo el turno a la vespertina llovizna, a media tarde (3:15) cuando la lluvia se dejaba caer a cántaros sobre el camino asfaltado levantando una espesa capa de humo blanquecino y el ambiente se llenaba de ese olor a humedad tibia vaporizada, me distraía en las reminiscencias de ti; creía estar oliendo tu aroma que no recuerdo bien, me parece estar viendo tus cabellos (negros como el cielo de media noche, salpicado de estrellas pequeñísimas y brillantes) peinándose y despeinándose por el viento del otoño que se complacía con tu presencia. Sin temor a equivocarme sentía el eco de tu voz cuando volaba lentamente a mi espalda tropezándose una y otra vez en los ángulos y esquinas cortantes de tu ausencia, tu inesperada ausencia; pude mirar tu sonrisa dibujarse en el aire pesado del verano, el enojo de tu rostro.

Las huellas de el tiempo se acomodaban en tus manos y la nieve blanca que nunca vi caer, tiñeron por completo mi cabeza. El tiempo presuroso, nos acercaba insistentemente hacia la muerte, como si fuera divertido.

A donde escaparan, cuando no estemos, las grandes ideas que en esas aparentemente interminables horas de la noche, formulamos una y otra vez, como un rosario, sin nunca llevarlas a cabo, por temor quizás a que perdieran su grandeza, su genialidad; o por temor a reconocer si simpleza, su inutilidad.

A donde escaparán las palabras no pronunciadas, las promesas de amor que nunca se hicieron, los reces de manos que se evitaron.

La escurridiza felicidad iba y venía, entre risas, a su antojo como el vagabundo sin rumbo, sin hogar, y con ella la tristeza humedecía el espacio abierto, acomodándose por largo tiempo en tu ser y como el tímido invitado solo se atrevía a pedirte,........una lágrima.

 No ere suficiente con la quietud de las horas en solitario, donde el leve movimiento de las agujas del reloj se esparcía monótono, simple, para alcanzar con éxito El Sueño de Oblomov. No era suficiente vestirme de la paciencia de Job, aún a sabiendas "que esa noche seguirá siempre en su oscuridad, que no será considerada entre los días del año, cuando se cuenten los meses", para esperar un milagro.

Podría rayar las lineas en el papel, mas el tiempo consumido no podré borrarlo; ni devolver a mi cuenta personal ni un solo segundo vivido. . No ocuparé mi mente con innecesarios recuerdos, pero las cicatrices quedaran plasmada en mi piel, ellas contaran mi historia mejor que yo: serán frías cuando le pregunten, ruidosas cuando yo intente disfrazar la verdad, estilizarla; serán aplastante cuando me vean temblar en el desierto de las soledades.

El paso brutal, estruendoso de los jinetes dominicales de la infancia trataran de esfumarse de los ecos escurridizos del recuerdo, no será oportuno exhumar las penas del pasado, las lágrimas de antaño se habrán secado en el infinito pañuelo del tiempo, los pantalones cortos de mi niñez fueron tendidos en el inclemente sol de los años pasados, de las décadas olvidadas en los rincones del espacio-tiempo , donde el pasado y el presente se miran a la cara sin conocerse, sin dirigirse la palabra; sin pedirse,........una lágrima.

Ramón J. Olio Guzmán

El Tiempo

La primera vez que ella lloraba por un desconocido, fue en aquel agitado y desconcertante atardecer en que los hechos se sucedieron uno tras otro con una prontitud, con una celeridad, que hasta un hombre con el temple de acero también se hubiera sentido tan confundido como lo estaba la joven Lucia, sus trémulas manos se aferraban a las desgastadas libretas, mientras la escurridiza cartera iba y venía estremecida por el agitado paso de ella. El nudo en la garganta, el molestoso humo tanto de las gomas incendiadas así como de las bombas lacrimógenas que incesantemente eran lanzadas por los agentes de la policía que comenzaban a ocupar paulatinamente el recinto universitario en busca, del dirigente de izquierda Tácito Perdomo, acusado de actividades subversivas y también, supuestamente de armas que se estaban guardando por grupos de izquierda en la ciudad universitaria, la estremecida multitud de la que ella formaba parte, aglomerándose en las principales salidas, las más seguras para salir sin ser apresado o ser heridos por las balas que eran disparadas por los agentes del orden, hacía inalcanzable el lento paso de el tiempo. Muchos de los estudiantes caían en el agobiado terreno donde las rápidas pisadas marcaban en los debilitados cuerpos caídos y en el terreno mismo, el nerviosismo, el inexplicable deseo de escapar hacia ningún lugar. Cuando al fin pudo escurrirse por la parte de atrás del Aula Magna, la oscuridad maliciosa, se había apoderado del entorno, llenándolo de fantasmas vestidos de policías, el nudo en la garganta le había resecado los hermosos labios, pero ya el molestoso ardor de aquellos gases iba desapareciendo poco a poco, hasta ser olvidado por completo por Lucia
 Su paso ya no tenía la celeridad de cuando aun estaba atrapada en la universidad, el pensamiento agitado, fugaz, de hace apenas unos minutos, se transformó en aquella melodía, que para ella era casi un himno, un grito de guerra:
 
Ay mi ciudad,
ciudad universitaria,
tengo miedo de ti,
y de tus des-alegrías,
ay mi ciudad,
ciudad universitaria,
quien ha puesto detrás de cada flor,
un policía...
 
Le parecía estar sentada en una liberada plazoleta escuchando de la cantante de Puerto Rico Mona Marti esa canción, y aunque parezca una incongruencia, se sentía llena de paz, llena de casi amor, de casi perdón.


II

Su llegada a la casa fue lenta, pero aquella sensación de agitación, de temor, e inclusive el aparente odio hacía los uniformados que despertó en ella, había desaparecido, como si nunca hubiera existido, de hecho siempre le pasaba igual, aunque el recelo que experimentaba cada vez que veía a un policía fue aumentando en una espiral interminable. Aun así, en ese momento todo era parte del pasado, ahora podía ver su calle tan cerca de ella, que le parecía poder tocarla con las manos, vino a su mente, sus padres, deben estar preocupados pensó, entonces comenzó a correr tan rápido como lo había hecho en la universidad, sólo que ahora una sonrisa se dibujaba en su rostro, quería abrazar a su madre, besar a su padre y decirle que les quería mientras ellos le peinaban su hermosa cabellera y secaban sus lágrimas en la felicidad de tenerla sana y salva como decía su madre Antonia, cuando pasaban esos desordenes en la universidad.

Sus padres inmóviles, como efigies entrelazadas por sus trémulas manos, sin pestañar, sin decir palabras, y con ese nudo en la garganta que ni el silencio hubiera podido salir de aquellos labios, la esperaban pacientemente en la galería, algunas veces Manuel, el padre de Lucia trataba de escribir con uno de sus dedos el nombre de su hija en el pasamano de la galería; Antonia, con dificultad detenía las lágrimas que se apresuraban sobre sus enrojecidos ojos color negro, pasando su mano con lentitud sobre ellos. Al fin reconocieron el caminar presuroso de su querida Lucia, una sonrisa comenzó a trazarse en los labios de ambos y también las retenidas lágrimas comenzaron a fluir libremente, no solo de los ojos de Manuel y Antonia sino también de Lucia. La felicidad era inmensa, los agitados corazones iniciaron su dialogo secreto y la pequeña Lucia se sentía tan segura, tan querida, que aquellos momentos eran para ella el significado real de la vida, aquellos pequeños momentos lo eran todo para ella.

-Estábamos tan asustados Lucia, dijo Antonia, mientras secaba las lágrimas del rostro de su pequeña niña, y más cuando supimos que había caído herida la joven esa, coma se llama, Sagrario Díaz.

-Que mamá, quien cayó herida, preguntó Lucia, mirando a su madre con curiosidad, en su frente se marcó toda la duda, todo el dolor y la tristeza que pudiera soportar. Nunca pensó la joven que ese 4 de abril de 1972 sería decisivo en el cambio que experimentaría su forma de ser, su forma de actuar, su forma de ver la sociedad, las luchas sociales y el enfrentamiento que hasta ese momento le parecía innecesario, con las autoridades, los agentes del orden y los agentes paramilitares que convivían en la sociedad dominicana.

La ocupación de la universidad duraría unos dos meses y el estado de coma de la joven estudiante Sagrario Díaz se extendería hasta el 14 de abril de ese mismo año, cuando fallecía. Para Lucia fueron los diez días más lentos que jamás hubiera vivido, las noches eran interminables y los días eran inmensamente tristes y confusos. Muchos de esos días los pasó en las interminables vigilias efectuadas en la clínica Gómez Patiño, donde estaba interna y moriría la mártir, diez días después. En una de esas tardes de primavera conoció a varios estudiantes miembros del MPD, del desaparecido movimiento 14 de junio (1J4) y otros grupos de izquierda que la irían introduciendo en el mundo revolucionario que imperaba en la época. Marcos e Ileana, fueron los que más influyeron en ella y se mantendría a su lado, hasta hacerla parte de un grupo tan radical, y de tanta agresividad como los que el 24 de marzo del 1970 habían secuestrado al agregado militar de la embajada estadounidense Donald Crowley, consiguiendo la liberta de varios compañeros revolucionarios, entre ellos el conocido Maximiliano Gómez alias “el moreno”, quien moriría un año más tarde el 23 de marzo del 1971 en su exilio de Bruselas, producto aparentemente, de una conspiración. 


III

Esa era la meta vencer al enemigo con espectaculares golpes de mano, que le debilitaran e hicieran perderle el respeto. La lucha era desigual, pero el entusiasmo haría la diferencia.

Lucia, llena de sueños de libertad para su pueblo, entendía que era su momento de entrar en la historia dominicana haciendo ese sacrificio de entrega total para llevarle a su gente, “a las sufridas masas desprotegidas y empobrecidas, agobiado por los abusos de poder, la paz, la alegría y toda la libertad que el pueblo mismo por medio de un gobierno netamente popular, salido de sus entrañas, podría darles”. El tiempo es nuestro, pensó, cerrando sus ojos, totalmente convencida.

Cuando el sol intentaba tropezar con lo que parecía ser el final de la avenida, dándole un matiz anaranjado al hasta entonces azulado cielo y enrojeciendo el entorno de las blancas y grisáceas nubes, Ileana se hincó frente a Lucia, que estuvo sentada por largo rato en el contén de la avenida Independencia, donde otros jóvenes le acompañaban y donde las eternas caobas hacían su guardia de honor a cada lado de la vía, Ileana posó sus manos sobre las rodillas de Lucia invitándola a una reunión decisiva para el grupo que se efectuaría al finalizar la tarde, en ella se trazarían unas metas que, en el menor de los casos tendrían que conseguirse por lo menos en un ochenta por ciento.

El caminar de las jóvenes fue silencioso, ceremonioso, cabizbajas las compañeras llegaron hasta el lugar de la cita, una casa de madera de estilo victoriano situada en la calle Santiago ubicada más al norte y corriendo en la misma dirección, este-oeste que la avenida Independencia que era donde se localizaba la clínica donde estaba recluida en estado de coma la estudiante Díaz. La citada casa estaba adornada por un hermoso jardín donde podían verse desde frondosos laureles, rosales de rosas rojas, amarillas y rosadas, hasta una gran variedad de escrotos y árboles frutales como cerezas, naranjas y cajuilitos que eran las delicias de los aves que frecuentaban aquel lugar durante todo el día y de los mozalbetes de sector de Gazcue, que salpicaban de semillas y residuos de frutos la hierba del inmenso vergel. Los mosaicos rojos con betas rosadas, blancas y negras que cubrían la inmensa galería estaban salpicadas de reflejos producidos por las azulinas luces de la calle que ya para esa hora, las 7:23 PM, estaban encendidas dejando caer sus destellos sobre los pisos, las paredes y los verduscos follajes de los árboles. Un murmullo se alcanzaba a escuchar en el interior de la vivienda y un olor a cigarrillo e incienso se percibía en el espacio. Lucia no pudo ocultar su temor, sus manos comenzaron a temblar mientras sus ojos de un verde claro, se fueron fijando en cada pared, en cada adorno, en cada luminaria que encontraran en su inusual recorrido, parecía como si quisiera guardar en su memoria aquel espacio, aquellos diferentes ambientes que se les iban presentando, Ileana le apretó la mano, sintiendo al tocarla como si hubiera tocado la mano de una muerta, el frío de aquellas manos salpicaron de miedo a la aguerrida Ileana, quien trató de calmarla con una caricia sobre la cabellera de la iniciada joven.

-No te asuste Lucia, somos tus amigos y queremos lo mejor para ti, y para nuestra gente, por eso luchamos, dijo Ileana, sonriéndole con ternura. Lucia apretó la mano de su compañera reciprocándole la sonrisa con otra sonrisa.

-Llegaron, se escuchó una queda voz murmurar en uno de los pasillos de la casa. Lucia posó su mirada en la incipiente barba de Ernesto, este apretó su boca en un gesto que quiso ser saludo, quedándose en mueca, ella buscó refugio en los ojos de Ileana, quien la besó en la mejilla, mientras pellizcaba al odioso de Ernesto por la barriga, el instintivamente apartó su cuerpo de las serpentinas manos de la comandante Ileana, como a ella le gustaba que le dijeran.

IV
 
Ernesto les abrió la puerta de la habitación donde se había improvisado una oficina en la que frecuentemente se realizaban las reuniones del grupo, en las paredes, pintadas de un rojo molestoso, se veían enormes fotos del che Guevara, el comandante Castro, ambos con traje de camuflaje, y los dirigentes emepedeistas Manolo Tavárez y Amín Abel. Marcos se puso de pie saludando a las jóvenes que se integraban a la reunión, aprovechando para presentar a la catequizada Lucia al grupo, todos la miraron, y en un hierático pero silencioso acto fue acogida con entusiasmo por todos. En total eran siete personas las que se encontraban en la espaciosa habitación en aquel momento: Lucia, Ileana, Marcos con la colilla de un cigarrillo Constanza en su boca, sus ojos grandes y negros parecían hablar, Ernesto con su incipiente barba que nunca terminaba de crecer, sus cabellos rojizo y crespo le dieron el alias de javao, Ernesto el javao, así le llamaban todos, Manuel, José y Milo Arias, los tres hermanos, inseparables en las buenas y las malas, que eran las más, y Alonso que desempeñaba las funciones de dirigente del grupo, sus lentes de gruesos cristales le daban un aspecto de inteligencia que el aprovechaba al máximo haciendo que sus ideas fueran en la mayoría de las ocasiones aceptadas sin dificultad, por más descabellada que fueran, a sus palabras solo le faltaban el estribillo religioso de amén al final. Era delgado y alto, de unos seis pies de estatura que le daban un aspecto enfermizo aunque no fuera el caso. Sus brazos cuando señalaban algo se extendían de tal manera que parecía que alcanzaría el cielo si lo quisiera, al final de la mano como extensión de la misma, se veía inquieto un enorme tabaco, humeante como siempre. Era un cerdo, decían las mujeres que habían compartido con el, pues entendía que las mujeres eran eso, mujeres, una excusa para pasar el rato, el camino para aumentar el número de pobres, y por ende más combatientes para su guerra, “para su gesta heroica en contra del imperialismo y de la oligarquía explotadora e insaciable”. Vestido con camisa militar y pantalones de jeans miró a la joven con desconfianza, sus ojos se fijaron en los de ella tratando de interrogarla con la mirada; era muy silencioso pero cuando comenzaba sus arengas al grupo estaban cargadas de energía y entusiasmo, algunas veces de inexplicable nostalgia; su voz era aguda y parecía como si aún después de haber terminado sus palabras, el espacio se quedara impregnado de su eco, de su mensaje, de todo ese magnetismo que desprendía en cada palabra que pronunciara. Cuando hablaba del presidente Balaguer, lo hacía con menosprecio, lo ridiculizaba tratándolo de títere del imperialismo yanqui, muñequito de papel, de hecho no lo veía como su objetivo final, como el motivo de su guerra, sino más bien como una batalla más, un obstáculo que debía derribar. Pero la impredecible vida, ella que todo lo puede y todo lo transforma, hasta el pensamiento y la forma de ver la realidad cotidiana, lo colocaría en un futuro no muy lejano, colaborando con ese, su adversario político, Dr. Joaquín Balaguer. El color bronceado de su piel, indio claro, como decía su cédula, le hacía estar bien con Dios y con el Diablo, pues era aceptado indistintamente, en cualquier grupo social y étnico en que se moviera.  
 
Lucia lo miró, con la misma curiosidad con que el a ella, por algún motivo ella, que se moría de miedo minutos antes, había perdido la timidez, y la dulzura de sus bellos ojos se enrareció de tal manera que si los ojos de Alonso mostraban desconfianza, los de ella mostraban desafío, confrontación y una rebeldía que hicieron que por primera vez la mirada altiva del líder del grupo fuera avasallada, subyugada por la de esa pequeña iniciada llamada Lucia María Fernández Guzmán.

Las propuestas expuestas aquella noche eran tan disímiles, abarcando un abanico tan amplio que iba desde la colocación de bomba en las cabeceras del puente Duarte, el envenenamiento de las aguas del acueducto de Santo Domingo, sabotaje eléctrico, el secuestro de alguien influyente en la política local, de un importante hombre de negocio o de uno de sus familiares. Siendo esta última la que parecía más viable y menos riesgosa y al final de la jornada, que se extendió hasta las 9:30 PM, fue apoyada por todos, de tal manera que los preparativos para dicha operación se iniciarían al día siguiente. Estos preparativos iban desde la ubicación y elección de la víctima, el método de rapto a utilizar, las exigencias de rescate que se harían al gobierno o a los afectados, el lugar donde sería llevado el rehén, etc.

Al día siguiente estaba resuelto la parte concerniente de quien sería secuestrado, surgiendo un nombre: Rogelio Espaillat Suero, hijo de un acaudalado comerciante de origen español, de unos veinte y dos años de edad, que recién llegaba al país después de finalizar sus estudios de administración de empresas en una prestigiosa universidad norteamericana. El plan a seguir era acercarse lentamente al joven, de manera que este se sintiera en confianza con alguien del grupo, para luego ser arrastrado a una emboscada que culminaría con el secuestro. Para ello, Marcos, con toda la calma que le caracterizaba, propuso que Lucia actuara como carnada acercándose al joven aprovechando que este se había hecho cargo en gran medida del negocio del padre, una mediana ferretería que realizaba también tareas de importación de mercancía e insumos para la industria de la construcción. El objetivo debía ser alcanzado en una semana, contada a partir del primer acercamiento de Lucia con el joven comerciante, para de esta forma evitar que naciera en Lucia cualquier sentimiento de afecto hacia Rogelio que pudiera entorpecer el plan concebido. Para el 14 de abril, día en que moría Sagrario Díaz, ya Lucia había estado en contacto con Rogelio por unos cuatro días, de manera que el segundo paso debía llevarse a cabo a más tardar del 18 al 19 de abril. Por una de esas razones que nunca podemos ni queremos explicar, Lucia le insinuó a Rogelio que se ausentara de la ciudad de Santo Domingo por unas semanas porque ella no quería seguir sintiendo lo que comenzaba a nacer en ella y que ambos, ella y el, sabían que era un sueño imposible, por ser el un pequeño burgués y ella la hija de un profesional que tenía que cumplir horarios para sostener la familia. El sonrió.

V

-Lo que estas sintiendo, yo también lo estoy sintiendo, dijo Rogelio besándole los labios, y si tengo que dejarlo todo y convertirme en un anarquista, en un nuevo Che Guevara, me dejaré la desordenada barba y me iré tras de ti, en busca de nuestra montaña. Ella lo abrazó, y devolviéndole el beso con otro beso, murmuro,

-vete, por mi, vete. Aquella noche fueron uno solo, ella acorralada en sus brazos, el entrando lentamente, delicadamente en las inexplicables aguas del amor, ciertamente que Rogelio buscó, como un guerrillero solitario embriagado de placer, los montes que adornaban el hermoso cuerpo de quien aquella noche se convertía en su mujer, ella solo pudo suspirar mientras peinaba con dulzura los cabellos de su amado.

Cuando la pequeña revolucionaria se hizo mujer, aquella noche, aquella misma noche olvidó, y esta vez casi para siempre, sus más preciados sueños de héroe anónimo, que estuvo rondando por su cabeza, olvidó las vigilias, las reuniones clandestinas; y ese extraño presentimiento, esa extraña sensación que recorría su cuerpo cuando alguien desconocido le miraba sintiéndose culpable de nada, comenzaría poco a poco a desvanecerse en el infinito espacio. Olvidó a los agentes del DNI, a los llamados calies, que rondaban por todas partes, y que se vestían, unas veces de anarquistas revolucionarios, otras de mansas ovejas sin guía, y otras muchas de apuestos jóvenes de cara dura. Lucia inmersa en las agitadas y confusas olas del amor, develó a su amante, parte de la trama de la que ella formaba parte, los ojos de Rogelio se iluminaron llenos de felicidad, una sonrisa llena de malevolencia transfiguró su apacible rostro. Una sola pregunta fue hecha por el, velada de tal forma que Lucia nunca sospecho que fuera una pregunta.

-No te creo, ni existe ese grupo, ni creo que tu, esa hermosa y tierna mujer que acabo de tener en mis brazos sería capaz de lastimar a alguien, ni tampoco existe ese lugar de reuniones clandestinas, dijo prosiguiendo luego de secar sus labios con la mano, nada es cierto ni el grupo, ni las reuniones, ni esa casa ubicada en ningún lugar, en ninguna calle, en ninguna dirección, nada existe.

-Piensa lo que quieras, dijo Lucia desafiante, pero nunca digas cuando estemos en el lugar de tu encierro, que no te lo advertí, ni te atrevas a insinuar que nos amamos.

Aquella noche, que pudo ser interminable, hizo indescifrable el juego de la vida, llenó de enigmas la conciencia humana y de perversas ignominias las actuaciones de los hombres. Aquella noche y todas sus estrellas repartidas en el oscurecido cielo, fue prorrateando indistintamente, el dolor, la traición el falso amor y todas esas actuaciones que con tanta frecuencia cultiva el suelo de las relaciones humanas, llenándola de hipocresía.

La mañana comenzaba enrarecida, las nubes evitando que los rayos solares besaran las calles humedecidas por la llovizna matinal. La primavera dominicana llenaba de colores el amanecer y a la vez ensombrecía la claridad del día con el inestable clima, colocando un velo grisáceo sobre los cálidos rayos solares. La ingenua Lucia, saludó a Marcos con un fuerte abrazo cuando este pasó por su casa para llegar juntos a la última reunión antes de llevar a cabo el secuestro, el ambiente estaba cargado de nerviosismo, ahora comenzaban a entender los jóvenes, que el tiempo, a quien Alonso llamaba el gran sabio del mundo, que todo lo descubre y desmistifica, estaba en su contra, era el tiempo su verdadero enemigo. Nada estaba realmente listo para la hora cero, nadie estaba totalmente seguro del momento en que debía actuarse, y nadie, solo el tiempo sabría el desenlace final de los hechos. 


VI

-Escuchen, dijo secamente Alonso, sus pequeños ojos que muchas veces el hacía que miraran por encima de los lentes, se detuvieron en cada uno de los compañeros, la hora se acerca, nuestra cita con el destino, esa cita que nos ha llenado de emoción, desviviendo en cada noche en espera de cada minuto, de cada segundo agitando nuestros corazones, a tocado nuestras puertas y hemos de abrirla para llevar a cabo nuestra obra y hacer llegar, poco a poco, el mensaje, la certeza de que se puede, a todos los hogares de nuestra gente humilde, se puede luchar contra el imperialismo y derrotarlo con sus propias armas. Sus palabras fueron llenando el espacio y los corazones de cada uno de los compañeros comenzaron a latir, con más velocidad cada vez.

-En las próximas horas, continuó diciendo, estaré realizando reuniones con los principales miembros de la izquierda revolucionaria, de la izquierda combativa, de la izquierda enemiga de la opresión y de las desigualdades sociales, de tal manera que nuestro próximo encuentro será en el lugar señalado a la hora señalada. Compañeros el futuro nos pertenece.

Con esas palabras Alonso se despidió del grupo, el silencio comenzó a rondar en el enorme espacio donde se encontraban los futuros combatientes. Solamente el estruendo causado por la abertura violenta de la puerta principal detuvo aquel horripilante silencio, el nerviosismo latente entre los jóvenes se convirtió en temor, en cuestión de segundos la oficina principal fue asaltada por militares portando armas largas, que fueron usadas inmediatamente sobre los paralizados revolucionarios, no hubo tiempo para sorpresas, no hubo tiempo para reacciones, ni siquiera para levantar las manos en señal de rendimiento, de sumisión. Las balas y la sangre escribieron su historia sobre los seis jóvenes de abril que quedaron en la hermosa casa de la calle Santiago, y aquel estridente repicar de las armas fue apagado por el humo, el olor a sangre y ese mirar silencioso de los moradores que no quisieron enterarse de nada.

La muerte, lo único seguro que tenemos se recostó sobre las paredes rojas humedecidas con sangre, desplomándose sobre los rojizos mosaicos, totalmente inmóvil, el eco del dolor no salió de aquella habitación, sobrecogido por el triste e inhumano desenlace, abatido por las traiciones mezquinas develadas en las murmuraciones porvenir. Seguramente brotaran las canciones alimentadas por el dolor y las lágrimas futuras. Seguramente retoñaran las canciones en busca de un sueño, en busca de un hombre realmente libre. 

Quien lo sabe, solo el tiempo.

Ramón J. Olio Guzmán


En esos momentos (en memoria de mi padre, Don Miguel)


Un reclinable verde perfectamente gastado por el constante uso, por el persistente tiempo, y cubierto por una toalla amarillenta con manchas negras disformes, que trata de ocultar el deteriorado estado del sillón, sirve de espera para mi padre, quien lo diría, calladito y quieto con sus ojos casi siempre ocultos en un sueño sin fin. El tiempo se apresuró sobre él, sobre su encorvada mano, sobre su olvidada memoria, a su espalda, una pared cubierta de baldosas quince por quince de diseño geométrico que su ingenio hizo posible, imponiendo su fascinante y muchas veces temido carácter, sobre su destino, sobre la severidad de su vida. Su mirada, que nos vio lentamente crecer, año tras año, mientras nosotros le veíamos envejecer, año tras año, sin saberlo, luce apagada, a media asta, por momentos impertérrita se fija sobre el rugoso techo, "que se quiere caer", otras tantas, en un paneo parsimonioso va detectando todos esos "malignos soldados" que lo persiguen, todos esos "pérfidos soldados" que nunca vemos, pero están ahí, en su nuevo mundo donde nos está vedado llegar, quizás por ese eterno capricho suyo de protegernos, de evitarnos a toda costa, su idea muchas veces errada de el mal, de nada le valió, el mundo sigue siendo el mismo que quiso ocultarnos.

-Hilda, murmura recurrentemente con su gastada voz, como diciéndolo todo, como si fuera entendible lo que quiere. El, que antes nos indicaba el único camino que quería que camináramos,hoy espera nuestros hombros para que lo sobrelleven en su cansado paso, en su debilitada supervivencia; hoy espera las manos sempiternas de su compañera de siempre, La misma que en un 24 de marzo de 1956 se perpetuara en aquellas fotos en blanco y negro que daban comienzo a su historia juntos, a nuestra historia.

A veces cruzamos nuestras miradas, a veces cruzamos nuestras palabras sobre él y nos reímos, por no llorar, de su laborioso afán, otras veces el nudo en la garganta nos debilita hasta inclinarnos la cabeza sobre los hombros.

En esos momentos cuando nuestros ojos quieren decir su verdad, el recuerdo de cada unos de esos días, en que intentó no se si en vano, de ser el mejor de los ejemplos, nos da la fuerza necesaria para levantar nuevamente la mirada y tratar de imponernos sobre el destino, sobre la severidad de la vida, como él nos enseñó que se podía.

En esos momentos cuando la memoria refresca su imagen inquebrantable, su sonrisa sincera, la rigurosidad de su mirada reprimiéndonos, comprendo que su ejemplo valió la pena.
 
 
 
 
Ramón J. Olio Guzmán



Amores Urbanos
 
Las luces de los autos, de cada uno de ellos, se arremolinaban en mis ojos que creían estar mirándote todavía. Me preguntaba que me hacía necesitarte tanto. La noche, esa inmensa noche que detestaba en gran manera fue rodeándome minuto a minuto mientras los autos iban y venían por la avenidaAbrahan Lincon, todos hacia ningún lugar, al menos que yo conociera, todos llevando trozos de vida, pedazos de pensamientos. Una sonrisa desde un Honda Acord, color amarillo pálido hizo que creyera nuevamente en la vida, la música de mi auto, al que odiaba, se esparcía sin censura por la estridente ciudad, a mi particularmente no me importaba porque seguía pensando en ti, en los tonos miel de tu pelo. Que estúpido.

Rojo, el maldito semáforo estaba otra vez en rojo, no sé cuantas veces he tenido que detenerme en esa esquina ni tampoco se cuantas otras he podido continuar mi camino escuchando la mescolanza de sonidos que fluyen hacia ese lugar. Miré de un lado a otro, quería tocar tus piernas pero ya no estabas, sentí la mirada de alguien y noté en su bello rostro esa sonrisa que la hacía conocedora de mi nostalgia, cubrí mi mirada por breves segundos, pero el verde de aquellos ojos era realmente penetrante, y diablos te recordaba, recordaba esa insistencia tuya en tenerlos así de verde, aunque fueran negros como el cielo nocturno.

-no pienses en ella, dijo aquella mujer dibujando una sonrisa algo diabólica que la hacía ver ten sensual, ella es tu pasado en el presente, recalcó, el escote de su blusa dejaba ver la hermosa piel de sus pechos, yo estaba perturbado.

-de que hablas, le dije quería saber su nombre y quería que ella supiera el mío, pero sólo pude hacerle esa estúpida pregunta.

-tu sabes Ramón, su sonrisa volvió a iluminar el interior de su auto, su pelo era negro y caían sin temor sobre sus hombros, en ese momento sentí escalofríos.

-me conoces, pregunté, el repicar de las bocinas comenzaron a deslizarse entra las filas de los autos, el maldito semáforo estaba verde justamente en el peor momento, ella aceleró su Nissan Sentra color azul marino dejando ante mis ojos la amalgama de colores y de obscenidades que me gritaron todos. Esta noche será tan larga como la anterior, pensé.

Ramón J. Olio Guzmán

Hablando con mi hijo
 
Recuerdo cuando naciste, habrías entristecido el día con tu llanto, mas nosotros nos reíamos. Así era: tú llorabas nosotros, nos reíamos….haciendo un eslabón.

Tus ojos eran diferentes, no lo habíamos notado hasta que dejaste de llorar y los fijaste entonces en mí y luego en Natalia, en el doctor, eran raros tus ojos. Tú eras muy raro, pero me alegraba verte después de nueve meses esperándote, me alegraba verte aunque fueras raro.

Me asuste mucho cuando pude entender tu mirada inquisidora. ¿Para que me trajeron al mundo?, eso preguntaban tus ojos. Yo dije, tartamudeando: “te amo”, y te tome en mis brazos, sentía tus huesecitos en mis manos. Eras tan frágil, tan delicado que me estremecí, volví a sentir miedo, no se de cuantas cosas tuve miedo, por mi mente pasaron mil ideas diferentes, todas atemorizantes, era algo extraño. Me asusté mucho contigo.

Estábamos en la casa y tu insistías en llorar, nos acercábamos a ti y te callabas y, nuevamente esa pregunta. Ya Natalia la había percibido igual que yo, nos abrazamos entonces, mirando nuestra cosecha con orgullo y timidez: nuestro primer hijo nos preguntaba porque lo habíamos traído al mundo.
Empecé a recordar mis años de protegido, todos juntos: mi juventud y lo poco que recuerdo de mi infancia. Quería saber si tenías razón al preguntarnos eso.

Llegué a una sombría conclusión: sentí en mi interior que controlaron mi vida, me sujetaron y, luego ya no sabía ser libre, y lo estaba. Tenía miedo de muchas cosas y no me atrevía a hacerlas. Me hicieron mutaciones que aun arrastro en mi alma; y aun no puedo ser libre. Quiero creer que no me querían así, mas me confunden mis pensamientos, ¿Por qué lo hicieron, entonces?

Creo que en ti se aunaron todas las frustraciones que yo sentí de joven, todos los sueños prohibidos, por inmaduros, tu los tuviste y te molestaron como si te los hubiéramos prohibido; mas no lo hice yo, ni lo hizo Natalia. Los sueños no se prohiben, se dejan tocar las puertas de la dura realidad, y ellos solos, mueren o sobreviven en ella.

Sabes algo: he aprendido mucho contigo, he sido un buen padre para ti (supongo), y he hablado contigo de esas cosas que a otros padres se les harías muy difícil hablarlas con sus hijos.

Sabes algo. Ya no recuerdo bien tu rostro, solo lo recuerdo cuando miro tu retrato, llorando como siempre, siempre infantil; mas ya tienes cinco años y esta roca con un nombre, por el que nunca respondiste, cubre tu cuerpecito.

Sabes algo: te quiero.

Ramón J. Olio Guzmán





QUE NOCHE
Si la noche hubiera sido eterna, como se hace eterno el elíptico recorrido de la tierra en torno al sol, seguramente estaría todavía dando vueltas en la cama tratando de dormir o no, de seguir existiendo contemplando desde el balcón de la soledad tu acostumbrado menosprecio, o tratando de manera torpe de asfixiarme en el dolor de verte partir con otro, que es lo único que me quieres ofrecer.

El sonido de la lluvia iba llenando de angustias la noche. Como me molestaba su presencia y cuando callaba, como me molestaba su ausencia cargada de silencio, pero nada se comparaba con el espacio vacío que siempre dejas estampado en mi alicaído pecho, y su silencioso latir, ni con tus palabras, casi dañinas, que van acaparando el espacio cargándolo de humedad sin importar que queden o no lágrimas en el espacio tridimensional del desamor.

El recorrido tortuoso de esta soledad, con toda su carga de monótona persistencia, y el hiriente mensaje de ese indeseable pero a la vez casi ineludible adiós, me miraban de reojo sentados uno al lado del otro en la vieja mecedora que rechinaba quisquillosa esparciendo su odioso recado con prontitud sobre la oscuridad de la media noche, llenando mi cuerpo de escalofríos. Sus miradas, llenas de horripilante luz, se clavaban caprichosamente sobre mis ojos que se escondían debajo de la almohada. La respiración era torpe, el dolor era inmenso. Mis manos que querían sudar, titiritaban de frío. Como duele la soledad de no tenerte a mi lado, poder recorrer con mis manos la delicada suavidad de tu forma de mujer, ir llenando, mientras se entrecorta tu voz, el interior de tu alma. Como duele el amor que se muere ausente frente al espejo sin imagen.

Nunca los segundos, desde abril de 1966 hasta hoy, se habían acobardado tanto en el tiempo, como anoche, los vi cruzar dubitativos detrás del antiguo reloj, inmensamente tristes, que mucho se parecían a mi y que muchos eran. Intente, sin conseguirlo, atrapar una carcajada, aunque fuera ficticia, no fue posible. Tus ojos, tus pequeños pero bellos ojos que anoche creí ver detrás de los cristales ovalados buscaban el mirar de otros ojos, que no eran los míos, que sonrisa tan hiriente tenias dibujada en tu hermoso rostro, que dolor tan inmenso se apoderó de mi.

Miré las sombras movedizas de la noche que parecían entrar desde la ventana o ir hacia ella, si fuera niño otra vez vería aquellos espectros en la noche que jugaban a asustarme, lográndolo siempre, mas no lo era, y aquellas visiones, aquellas extrañas sombras que de vez en cuando dejaban caer trazos de luz sobre las azuladas paredes se encogían de hombros, sintiéndose tan vencidas como lo estaba yo.

Tus sueños, verdaderos o no, no complementan los míos o la ausencia de ellos. Unas palabras rondan mi pensamiento haciéndome perderle el miedo otra vez al dolor.

Te amo.

Ramón J. Olio Guzman







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