Las luces de los autos, de cada uno de ellos, se arremolinaban en mis ojos que creían estar mirándote todavía. Me preguntaba que me hacía necesitarte tanto. La noche, esa inmensa noche que detestaba en gran manera fue rodeándome minuto a minuto mientras los autos iban y venían por la avenida Abrahan Lincon, todos hacia ningún lugar, al menos que yo conociera, todos llevando trozos de vida, pedazos de pensamientos. Una sonrisa desde un Honda Acord, color amarillo pálido hizo que creyera nuevamente en la vida, la música de mi auto, al que odiaba, se esparcía sin censura por la estridente ciudad, a mi particularmente no me importaba porque seguía pensando en ti, en los tonos miel de tu pelo. Que estúpido.
Rojo, el maldito semáforo estaba otra vez en rojo, no sé cuantas veces he tenido que detenerme en esa esquina ni tampoco se cuantas otras he podido continuar mi camino escuchando la mescolanza de sonidos que fluyen hacia ese lugar. Miré de un lado a otro, quería tocar tus piernas pero ya no estabas, sentí la mirada de alguien y noté en su bello rostro esa sonrisa que la hacía conocedora de mi nostalgia, cubrí mi mirada por breves segundos, pero el verde de aquellos ojos era realmente penetrante, y diablos te recordaba, recordaba esa insistencia tuya en tenerlos así de verde, aunque fueran negros como el cielo nocturno.
-no pienses en ella, dijo aquella mujer dibujando una sonrisa algo diabólica que la hacía ver ten sensual, ella es tu pasado en el presente, recalcó, el escote de su blusa dejaba ver la hermosa piel de sus pechos, yo estaba perturbado.
-de que hablas, le dije quería saber su nombre y quería que ella supiera el mío, pero sólo pude hacerle esa estúpida pregunta.
-tu sabes Ramón, su sonrisa volvió a iluminar el interior de su auto, su pelo era negro y caían sin temor sobre sus hombros, en ese momento sentí escalofríos.
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