Cuando se produjo el primer deslave fue estruendoso no parecía real, el segundo, ensordecedor, y todas las partículas de polvo comenzaron a levantarse impacientes y desordenadas, cubriéndome con su sucia blancura, por completo, hasta los pelos!.
La soledad (siempre mejor que las malas compañías: los avaros, los enfermos de profesión, los pusilánimes, los cristianos sociales, los comunistas de salón, los kamikazes asustados) había vuelto, sin llamarla como era su extraña costumbre, pero esta vez el silencio no había sido su cómplice, no..... esta vez vino echando voces por todas las esquinas de mi interior, tirando al suelo los muros de la felicidad que me protegían de la nostalgia de los recuerdos melancólicos, de las lágrimas que solo podían ser secadas con las suaves ráfagas de vientos nocturnos; veía esos muros que tantos sin sabores me costaron, desplomándose como página manuscrita sin importancia, sin resistencia. A mi espalda, se dejaba escuchar la sonreída libertad, la que tanto anhelaba, la inalcanzable por quien tanto luché apartando de mi todos los residuos que me ataban a algo, a alguien. La libertad caprichosa se empeñaba en borrar los caminos que pudieran conducirme a ella, cerrando las puertas y ventanas por donde escapar de la asfixiante soledad.
Cuando el vespertino calor comenzaba a deslizarse por mi cuerpo, humedeciendo la camisa de la reminiscencia el aparatoso sol, imperturbable y persistente, manchaba de extenuante luz las últimas reliquias del tiempo, transformándolas en tristezas húmedas y silenciosas. El cansancio se iba acomodando en mi, el cansancio por alcanzar la libertad y no tenerla, por saborear su dulce veneno, por embriagarme por primera vez de su licor, de su atormentadora droga.
Ahora solo me quedaba abrazar la soledad, caminando lenta y cabizbaja como era su maldita forma de hacer las cosas. A veces trataba de tomarme de la mano, como si me quisiera, guiar mis pasos hacia los precipicios infinitos de su perturbable compañía. Yo miraba las nubes, dóciles mansas y me acordaba de ti, de tus siempre sabias palabras, cuanta paz cubría mi entorno, cuanta paz alcanzaban mis manos agotadas, cuantas libertades ocultas se descubrían, cuantas apretones de manos me alejaban de las soledades:
mt 11.28 Vengan a mí los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso.
29 Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas.
30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Ramón J. Olio Guzmán
Ramón J. Olio Guzmán
No hay comentarios:
Publicar un comentario