sábado, 27 de marzo de 2010

Hablando con mi hijo

Recuerdo cuando naciste, habrías entristecido el día con tu llanto, mas nosotros nos reíamos. Así era: tú llorabas nosotros, nos reíamos….haciendo un eslabón.

Tus ojos eran diferentes, no lo habíamos notado hasta que dejaste de llorar y los fijaste entonces en mí y luego en Natalia, en el doctor, eran raros tus ojos. Tú eras muy raro, pero me alegraba verte después de nueve meses esperándote, me alegraba verte aunque fueras raro.

Me asuste mucho cuando pude entender tu mirada inquisidora. ¿Para que me trajeron al mundo?, eso preguntaban tus ojos. Yo dije, tartamudeando: “te amo”, y te tome en mis brazos, sentía tus huesecitos en mis manos. Eras tan frágil, tan delicado que me estremecí, volví a sentir miedo, no se de cuantas cosas tuve miedo, por mi mente pasaron mil ideas diferentes, todas atemorizantes, era algo extraño. Me asusté mucho contigo.

Estábamos en la casa y tu insistías en llorar, nos acercábamos a ti y te callabas y, nuevamente esa pregunta. Ya Natalia la había percibido igual que yo, nos abrazamos entonces, mirando nuestra cosecha con orgullo y timidez: nuestro primer hijo nos preguntaba porque lo habíamos traído al mundo.

Empecé a recordar mis años de protegido, todos juntos: mi juventud y lo poco que recuerdo de mi infancia. Quería saber si tenías razón al preguntarnos eso.

Llegué a una sombría conclusión: sentí en mi interior que controlaron mi vida, me sujetaron y, luego ya no sabía ser libre, y lo estaba. Tenía miedo de muchas cosas y no me atrevía a hacerlas. Me hicieron mutaciones que aun arrastro en mi alma; y aun no puedo ser libre. Quiero creer que no me querían así, mas me confunden mis pensamientos, ¿Por qué lo hicieron, entonces?

Creo que en ti se aunaron todas las frustraciones que yo sentí de joven, todos los sueños prohibidos, por inmaduros, tu los tuviste y te molestaron como si te los hubiéramos prohibido; mas no lo hice yo, ni lo hizo Natalia. Los sueños no se prohiben, se dejan tocar las puertas de la dura realidad, y ellos solos, mueren o sobreviven en ella.

Sabes algo: he aprendido mucho contigo, he sido un buen padre para ti (supongo), y he hablado contigo de esas cosas que a otros padres se les harías muy difícil hablarlas con sus hijos.

Sabes algo. Ya no recuerdo bien tu rostro, solo lo recuerdo cuando miro tu retrato, llorando como siempre, siempre infantil; mas ya tienes cinco años y esta roca con un nombre, por el que nunca respondiste, cubre tu cuerpecito.

Sabes algo: te quiero.

Ramón J. Olio Guzmán




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