viernes, 23 de julio de 2010

El Tiempo (4ta parte)

Ernesto les abrió la puerta de la habitación donde se había improvisado una oficina en la que frecuentemente se realizaban las reuniones del grupo, en las paredes, pintadas de un rojo molestoso, se veían enormes fotos del che Guevara, el comandante Castro, ambos con traje de camuflaje, y los dirigentes emepedeistas Manolo Tavárez y Amín Abel. Marcos se puso de pie saludando a las jóvenes que se integraban a la reunión, aprovechando para presentar a la catequizada Lucia al grupo, todos la miraron, y en un hierático pero silencioso acto fue acogida con entusiasmo por todos. En total eran siete personas las que se encontraban en la espaciosa habitación en aquel momento: Lucia, Ileana, Marcos con la colilla de un cigarrillo Constanza en su boca, sus ojos grandes y negros parecían hablar, Ernesto con su incipiente barba que nunca terminaba de crecer, sus cabellos rojizo y crespo le dieron el alias de javao, Ernesto el javao, así le llamaban todos, Manuel, José y Milo Arias, los tres hermanos, inseparables en las buenas y las malas, que eran las más, y Alonso que desempeñaba las funciones de dirigente del grupo, sus lentes de gruesos cristales le daban un aspecto de inteligencia que el aprovechaba al máximo haciendo que sus ideas fueran en la mayoría de las ocasiones aceptadas sin dificultad, por más descabellada que fueran, a sus palabras solo le faltaban el estribillo religioso de amén al final. Era delgado y alto, de unos seis pies de estatura que le daban un aspecto enfermizo aunque no fuera el caso. Sus brazos cuando señalaban algo se extendían de tal manera que parecía que alcanzaría el cielo si lo quisiera, al final de la mano como extensión de la misma, se veía inquieto un enorme tabaco, humeante como siempre. Era un cerdo, decían las mujeres que habían compartido con el, pues entendía que las mujeres eran eso, mujeres, una excusa para pasar el rato, el camino para aumentar el número de pobres, y por ende más combatientes para su guerra, “para su gesta heroica en contra del imperialismo y de la oligarquía explotadora e insaciable”. Vestido con camisa militar y pantalones de jeans miró a la joven con desconfianza, sus ojos se fijaron en los de ella tratando de interrogarla con la mirada; era muy silencioso pero cuando comenzaba sus arengas al grupo estaban cargadas de energía y entusiasmo, algunas veces de inexplicable nostalgia; su voz era aguda y parecía como si aún después de haber terminado sus palabras, el espacio se quedara impregnado de su eco, de su mensaje, de todo ese magnetismo que desprendía en cada palabra que pronunciara. Cuando hablaba del presidente Balaguer, lo hacía con menosprecio, lo ridiculizaba tratándolo de títere del imperialismo yanqui, muñequito de papel, de hecho no lo veía como su objetivo final, como el motivo de su guerra, sino más bien como una batalla más, un obstáculo que debía derribar. Pero la impredecible vida, ella que todo lo puede y todo lo transforma, hasta el pensamiento y la forma de ver la realidad cotidiana, lo colocaría en un futuro no muy lejano, colaborando con ese, su adversario político, Dr. Joaquín Balaguer. El color bronceado de su piel, indio claro, como decía su cédula, le hacía estar bien con Dios y con el Diablo, pues era aceptado indistintamente, en cualquier grupo social y étnico en que se moviera.....


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