sábado, 3 de julio de 2010

"El tiempo"

La primera vez que ella lloraba por un desconocido, fue en aquel agitado y desconcertante atardecer en que los hechos se sucedieron uno tras otro con una prontitud, con una celeridad, que hasta un hombre con el temple de acero también se hubiera sentido tan confundido como lo estaba la joven Lucia, sus trémulas manos se aferraban a las desgastadas libretas, mientras la escurridiza cartera iba y venía estremecida por el agitado paso de ella. El nudo en la garganta, el molestoso humo tanto de las gomas incendiadas así como de las bombas lacrimógenas que incesantemente eran lanzadas por los agentes de la policía que comenzaban a ocupar paulatinamente el recinto universitario en busca, del dirigente de izquierda Tácito Perdomo, acusado de actividades subversivas y también, supuestamente de armas que se estaban guardando por grupos de izquierda en la ciudad universitaria, la estremecida multitud de la que ella formaba parte, aglomerándose en las principales salidas, las más seguras para salir sin ser apresado o ser heridos por las balas que eran disparadas por los agentes del orden, hacía inalcanzable el lento paso de el tiempo. Muchos de los estudiantes caían en el agobiado terreno donde las rápidas pisadas marcaban en los debilitados cuerpos caídos y en el terreno mismo, el nerviosismo, el inexplicable deseo de escapar hacia ningún lugar. Cuando al fin pudo escurrirse por la parte de atrás del Aula Magna, la oscuridad maliciosa, se había apoderado del entorno, llenándolo de fantasmas vestidos de policías, el nudo en la garganta le había resecado los hermosos labios, pero ya el molestoso ardor de aquellos gases iba desapareciendo poco a poco, hasta ser olvidado por completo por Lucia

Su paso ya no tenía la celeridad de cuando aun estaba atrapada en la universidad, el pensamiento agitado, fugaz, de hace apenas unos minutos, se transformó en aquella melodía, que para ella era casi un himno, un grito de guerra:

Ay mi ciudad,

ciudad universitaria,

tengo miedo de ti,

y de tus des-alegrías,

ay mi ciudad,

ciudad universitaria,

quien ha puesto detrás de cada flor,

un policía.

Le parecía estar sentada en una liberada plazoleta escuchando de la cantante puertorriqueña Mona Marti esa canción, y aunque parezca una incongruencia, se sentía llena de paz, llena de casi amor, de casi perdón.

continúa


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